Hoy, en la sección de Historia del Arte, vamos a seguir con nuestro recorrido cofrade por Sevilla. Hoy nos vamos al popular barrio de Triana, concretamente a la recientemente nombrada Basílica en la que se encuentra una de las mejores imágenes de crucificados de España: el Stmo. Cristo de la Expiración, más conocido como El Cachorro.
Último de los grandes Crucificados del barroco español, la impresionante imagen del Cristo de la Expiración representa el instante de su muerte y sintetiza el triunfo glorioso del Salvador y la fragilidad dolorosa del Hombre. Vivo, mirando a lo alto, trepidante el desnudo y movidísimo el paño que sostiene una cuerda y descubre toda la silueta, se lo hace derivar del Crucificado de Écija de Pedro Roldán, pero es más exacta su relación con el que casi un siglo antes había tallado en marfil Gaspar Núñez Delgado.
Toda la imagen, que hincha el tórax y tensa los músculos en busca del último aliento, es movimiento y ritmo ascensional, pero «donde Gijón potencia el efecto barroco es en el paño de pureza... que resulta en extremo virtuoso. Pormenoriza los pliegues, en aleteantes fragmentos, de fina lámina. El paño se sujeta con cuerda y dispone en tres fragmentos, dos a los costados y uno en el centro, con originalidad... Los trozos se agitan como sacudidos por fuerte huracán» (Martín González).
El patetismo hondo y sentido de la obra, su intensa unción sagrada, el virtuosismo de la talla, dentro del esfumato propio de la escuela de Roldán, que busca sensaciones tan reales y pictóricas como el sudor de la agonía que moja el rostro anhelante, los signos de la muerte en las pupilas (aunque parece que el estrabismo es producto de una restauración del siglo XIX), hacen de éste «el más barroco y emocionante de los Cristos andaluces» (Otero Túñez).
F. Gª de la Concha Delgado (2002), que sigue el análisis médico de Delgado Roig, señala también las manos crispadas, las piernas contraídas, los labios acardenalados con proyección de la lengua hacia afuera, el tórax levantado en inspiración estertosa... y concluye: «La muerte ha llegado, pero aún hay un resto de vitalidad en aquel cuerpo derecho, contraído y tembloroso. Aún parece que sigue resbalando la sangre caliente sobre el pecho y el vientre del Crucificado».
Francisco Ruiz Gijón había nacido en Utrera en 1653, fue discípulo de Andrés Cansino, cuyo taller hereda en 1670; frecuentó la Academia donde enseñaba Pedro Roldán, talla el Cristo de la Expiración y las andas procesionales del Gran Poder, «de fuerte dinamismo barroco, [que] sirven de definitivo modelo a este género escultórico», en la última década del siglo. Muere en Sevilla en 1720.
«Su estilo es como una versión extremada, barroquista del arte de Roldán. A Gijón se le ha considerado como el punto más extremo del arte escultórico sevillano, pues supo aunar la herencia Arce-Cansino con la de Roldán y, bajo el ímpetu de su fogosa personalidad, dar un sello propio a toda su producción» (Jorge Bernales).
La talla está hecha en pino de Flandes y mide 1.89 m. Su ejecución se contrató notarialmente el 1º de abril de 1682 y el imaginero debía percibir por ella 900 reales, pero consta en otro documento que percibió 1.100 reales, algo menos de lo que solía por su trabajo, sin que se sepa la causa.
Agustín Sánchez Cid le dio nueva cruz arbórea, la restauró y consolidó los ensambles en 1940. En 1947 retocó la policromía el pintor Juan Miguel Sánchez.
En 1973 un incendio que se produjo en su capilla destruyó la Dolorosa y dañó gravemente el costado, pierna y talón derechos del Cristo, también quedaron dañados el paño de pureza y la policromía, que los hermanos Antonio y Raimundo Cruz Solís tuvieron que restaurar.
Sale el Viernes Santo de la Capilla del Patrocinio (Triana) con la Hermandad del Santísimo Cristo de la Expiración.
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