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viernes, 10 de febrero de 2012
Escena 5 La bella y el ángel
ESCENA 5
(Aparecen en escena Lola y Enrique sentados a la mesa, comiendo. Lola todavía muestra señales de la paliza. Hay un silencio tenso y violento)
ENRIQUE: Bueno, qué… ¿no piensas hablarme nunca?
(Lola sigue sin responder. Enrique, tranquilamente, se limpia la boca con una servilleta y, repentinamente, se levanta, dando un manotazo en la mesa)
ENRIQUE: ¡¡¡Bueno, Lola, ya está bien!!! ¡¡¡Soy tu marido y harás lo que yo te ordene, y si te digo que me respondas me respondes!!! ¿Estamos?
(Lola sigue sin responder y sin levantar la cabeza del plato. Enrique sigue a lo suyo)
ENRIQUE: ¡Ya es hora de que te enteres de que en esta casa mando yo, y aquí se hace lo que yo digo! Además, no creo que te haya dado ningún motivo para que no me dirijas la palabra. (Lola levanta la cabeza y lo mira con rencor) ¡Oh, ya entiendo! ¿Te refieres al correctivo de ayer? ¿Piensas estar enfadada toda la vida por eso? Debes de comprender que eso fue por el bien de los dos. Si no lo hubiera hecho, te me habrías desmadrado. Fíjate, si es después de haberlo hecho y ya te me has desmadrado.
(Mientras Enrique sigue hablando, aparece el ángel y se coloca detrás de Lola, poniéndole las manos en los hombros)
ENRIQUE: Y que te quede clarito, Lola: no me arrepiento de lo que he hecho, y lo volvería a hacer cuantas veces fueran necesarias. Un marido debe de ser como un padre, y como tal él quiere lo mejor para su familia, aunque a veces el bien duela un poco. Sé que no eres tonta, Lola, y tarde o temprano me lo agradecerás.
(El ángel susurra algo al oído a Lola, que se levanta dispuesta a irse)
ENRIQUE: ¡¿Pero dónde te crees que vas?! Siéntate ahora mismo y termina de comerte eso. Lola, no me hagas pegarte otra vez. ¡¡¡LOLA!!!
LOLA: Puedes gritar todo lo que quieras Enrique, y más. Ruge, como la bestia que eres. Clama a los cielos si lo ves necesario, pero todo eso no te servirá de nada… a mí ya me has perdido.
(Lola se va de escena. Enrique, cabreado, se vuelve a sentar y sigue comiendo. El ángel comienza a dar vueltas alrededor de él, hablándole aunque sabe perfectamente que no puede ni verlo ni oírlo)
GABRIEL: (aplaudiendo irónicamente) Bravo, Enrique, bravo. Ni el mismo Satanás lo habría hecho mejor. Así es como se trata a un ser querido, sí señor. Vas a crear escuela, macho. ¿Qué pasa? ¿Te sientes más hombre por pegarle a tu mujer? Pues espero, sinceramente, que sea así… porque si no, no tendrás otra forma de sentirlo. ¡Qué valiente! ¿Qué hubiera pasado si tu padre, alguna vez, le hubiera pegado a tu madre? Tú, seguramente, habrías salido en defensa de tu amada madre, la MUJER que te dio la vida. Sí, Enrique, porque tu madre también es una mujer. Ahora estás maltratando a tu esposa… pero podrías estar haciéndolo con tu madre… o tu hija. Espero, de todo corazón, que el fuego del infierno sea lo más fresco que pruebes después de irte de aquí.
(Enrique, terminando de comer, se levanta y se va de escena. El ángel se sienta en el sofá. Aparece en escena Lola, que se sienta en el sofá junto al ángel)
LOLA: Hola, Gabriel.
GABRIEL: ¿Estás bien, Lola?
LOLA: Sí… muchas gracias.
GABRIEL: Sobran.
LOLA: Gabriel… ¿quién eres?
GABRIEL: Quien yo sea o deje de ser no tiene importancia. Lo que sí importa es quién eres tú.
LOLA: ¿Yo? Yo sólo soy una mujer idiota que sigue amando al monstruo que le pega.
GABRIEL: ¿Y por qué, Lola? ¿Por qué lo amas? Te está haciendo mucho daño…
LOLA: Ya, ya lo sé… pero no puedo evitarlo. Estoy enamorada de él.
GABRIEL: ¿Sabes? Hay un dicho que dice que una persona sólo está enamorada cuando también recibe amor. Y tú, Lola, lo único que recibes son golpes.
LOLA: Ojalá solo fueran eso, Gabriel… golpes… Pero no. Lo que más me duele es el desprecio con que me trata. Después de la paliza me trató como una…
GABRIEL: Mierda. Lo sé, Lola, lo sé… yo lo vi todo.
LOLA: ¿Y por qué no me ayudaste?
GABRIEL: No… no podía hacerlo, Lola. Tú no me habías llamado. Además… eso va contra las reglas…
LOLA: ¿Reglas? ¿Qué reglas? No te entiendo, Gabriel… ¿Y si no te había llamado cómo es que lo viste?
GABRIEL: Te conozco más de lo que crees…
LOLA: Eso no sé si me tranquiliza o me preocupa aún más, Gabriel. Estoy hablando contigo y te conozco desde ayer. Es más… ni siquiera sé si eres real o si eres una imaginación… ¿Por qué Enrique no te ve?
GABRIEL: (Sonriendo) No estoy aquí por Enrique.
LOLA: (se queda pensativa un momento) ¿Por qué has venido?
GABRIEL: He venido porque tú me has llamado… y porque tengo una misión, que es la de ayudarte.
LOLA: Yo no he llamado a nadie, Gabriel…
GABRIEL: Las palabras no son los únicos instrumentos para pedir ayuda.
LOLA: No estoy para discursitos.
GABRIEL: Yo sólo estoy aquí porque tengo que ayudarte. Lola, tienes que dejar a Enrique.
LOLA: No puedo… lo amo demasiado.
GABRIEL: Lola, por favor… no te quiero ver en otro sitio que no sea aquí. Hazlo por ti misma.
LOLA: No puedo, Gabriel… no puedo (Lola rompe a llorar y se abraza a Gabriel, que la intenta consolar)
GABRIEL: Está bien, Lola, está bien. Intentaré ayudarte en todo lo que me sea posible, tenlo por seguro.
(Aparece Ana en escena. Lola se incorpora rápidamente)
ANA: ¡Hola! (se sorprende al ver a Lola llorando) ¿Lola, qué te ocurre?
LOLA: Nada…
ANA: No se llora por nada… A ver, cuéntale a tu amiga del alma. (Se sienta en el sofá) Has vuelto a discutir con Enrique, ¿verdad?
LOLA: Ojalá… (Lola se queda pensativa) ¡Oh, por Dios, qué modales tengo! Ana, te presento a Gabriel. Es… un amigo. (Lola señala hacia donde está sentado el ángel)
(Ana se queda muy sorprendida, pues no ve a nadie sentado a su lado)
ANA: Lola… ¿estás segura de que estás bien?
GABRIEL: Recuerda que sólo tú puedes verme, Lola.
LOLA: Tienes razón, Gabriel.
ANA: ¿De quién hablas? ¿Quién es ese Gabriel?
LOLA: Nada, Ana… olvídalo.
ANA: ¿Te has planteado la posibilidad de ir a un psicólogo?
LOLA: ¡Por Dios, Ana! ¡No estoy loca!
ANA: Nadie está diciendo que estés loca, amiga. Soy consciente de lo que estás pasando… que tu marido se quede parado no debe de ser fácil, y más cuando su sueldo era el único que entraba en la casa.
LOLA: No, Ana… no eres consciente de lo que pasa.
ANA: Si me lo contaras…
GABRIEL: Lola, cuéntaselo… es tu amiga; puede ayudarte.
LOLA: Gabriel, por favor…
ANA: ¿Me vas a contar lo que te pasa? No haces más que nombrar a ese Gabriel… ¿Quién es?
LOLA: No lo entenderías, Ana.
GABRIEL: Lola… ¿no confías en ella?
ANA: Lola, puedes confiar en mí. ¿Enrique te ha vuelto a dar una bofetada?
LOLA: ¿Y tú cómo lo sabes?
GABRIEL: Lola…
LOLA: ¡¡Callaros ya los dos, por Dios!! Me vais a volver loca…
ANA: No, Lola… loca estás ya. Aquí sólo estamos tú y yo.
LOLA: Tú también te volverías loca en mi situación, Ana.
ANA: ¿Qué situación, Lola? ¿Por qué no me lo quieres contar?
LOLA: ¡¡Enrique me dio ayer una paliza!! ¿Contenta?
ANA: ¿Una paliza?
GABRIEL: Has hecho bien en contárselo.
LOLA: No sé qué decirte, Gabriel.
ANA: Una paliza… no es posible.
LOLA: Lo es, Ana.
ANA: (levantándose del sofá) ¿Sabes qué? No te creo.
LOLA: Sabes, no sé cómo, que Enrique me dio una bofetada… ¿y ahora no te crees que me haya dado una paliza?
ANA: Enrique no es así…
LOLA: ¡Por Dios, Ana! ¡Mira mi cuerpo! Estoy llena de moratones que, créeme, duelen menos que su desprecio.
ANA: ¿Sabes lo que creo? Que sí, que estás loca.
LOLA: Sabes perfectamente que no es así.
ANA: No lo sé, Lola. No haces más que hablar con una persona que no existe. Si te imaginas que existe un tal Gabriel que habla contigo, también te podrías haber imaginado la paliza.
LOLA: (señalándose los moratones) Estas marcas no son imaginarias, Ana.
(Ana se tapa los ojos)
ANA: ¡No, no! ¡Estás loca! ¡No te creo!
(Ana se va de escena corriendo. Lola intenta ir tras ella, pero el ángel le pone la mano en el hombro para evitarlo)
GABRIEL: Déjala, Lola…
LOLA: Me dijiste que se lo contara; que podía confiar en ella.
GABRIEL: Has hecho bien. Todavía no tienes la suficiente capacidad para comprenderlo… pero le acabas de salvar la vida.
LOLA: No te entiendo, Gabriel…
GABRIEL: No es necesario. Has hecho lo que tenías que hacer, y estoy muy orgulloso de ti. Me acabas de demostrar que confías en mí.
LOLA: (volviéndose a sentar en el sofá) Y de qué me sirve eso. Ahora estoy sola: mi marido me maltrata, no me atrevo a contarle nada a mi madre y encima mi mejor amiga me toma por loca.
GABRIEL: (se sienta también) Lola, no estás sola. Me tienes a mí.
LOLA: No sé quién eres… y lo que es peor… ni siquiera sé si eres real.
GABRIEL: ¿Y quién decide entre lo que es real e irreal?
LOLA: Para mí sí existes, Gabriel, porque te veo. Pero ya ves que no a todo el mundo le sucede lo mismo.
GABRIEL: No soy real porque me veas, Lola. Yo existo, y soy tan real como el sofá sobre el que estamos sentados. Y soy real por ti.
LOLA: ¿Por mí?
GABRIEL: Sólo tú me ves, sólo tú me oyes y sólo tú sientes mi presencia. Soy real en ti.
LOLA: Abrázame, por favor.
(Lola se abraza al ángel, que le devuelve el abrazo)
GABRIEL: Mientras yo esté aquí, Lola… ese monstruo no te volverá a poner una mano encima.
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