Hace pocos días tuve que realizar un comentario de texto sobre una noticia de Saramago (la verdad que algo antigua, de 1999), en la que el escritor portugués hacía una crítica a la sociedad por no tener como valor fundamental la lectura, alegando que tanto la escuela, como el instituto y la universidad preparaban mal: enseñaban, sí, pero ese conocimiento no pasaba de la teoría, lo que nos convertía en analfabetos funcionales. Después de esta demostración de que presto atención en las clases de Lengua, prosigamos. El profesor me mandó leer mi valoración crítica, en la que expresé mi coincidencia con Saramago en que nuestro sistema educativo necesita una reforma urgente. Dicho profesor, una vez terminé de leer mi valoración, expresó su desacuerdo conmigo, aunque reconoció que el ejercicio estaba bien. Fue entonces cuando me realicé una pregunta a mí mismo... ¿Es realmente tan alarmante la situación de la educación en España?
Basándome en mi experiencia personal, tengo que decir que sí. Posiblemente lo que voy a decir a continuación os suene más a un estudiante adolescente agobiado e irresponsable que a una entrada digna de este blog, pero es lo que pienso. Creo que el sistema educativo actual provee demasiadas asignaturas, con muy poca especialización en ellas y que llegan a colapsar los estudios de los alumnos. Sí, pienso que hay asignaturas que no sirven más que para el conocimiento teórico (que no está mal, pues el saber no ocupa lugar, pero que en esta sociedad tiene poco valor). Esta idea también fue comentada por el dichoso profesor tras mi valoración crítica, diciendo que sí, que es cierto, que hay asignaturas que valen para poco. No obstante, no coincidíamos en las asignaturas inservibles. Quizás este profesor (y yo también, lo reconozco) se dejó llevar por su visión personal, demasiado personal diría yo. Somos humanos y, además, estamos implicados en este problema al ser estudiantes y profesores, por lo que debemos de buscar una tercera persona que aborde esta cuestión de forma objetiva. Pero eso no es asunto mío, pues no soy nadie para hacer tal cosa. Sigamos.
Centrándonos en el tema del curso de 2º de Bachillerato, que ya ha tratado José Ignacio en un par de entradas, tengo que decir que es mentira. Todo lo que voy a hablar ahora no es más que pura imaginación, pura fantasía. Sí, nada es real, porque ese curso no existe. No, señoras y señores, no existe. Quizás estemos ante el engaño mejor montado en la sociedad española, solo superado por la bonita tradición de los Reyes Magos. 2º Bachillerato no existe. Quizás algún día... es posible que existiera algo parecido, no lo sé... pero lo que es hoy día, no; rotundamente, no. Lo que nosotros, los alumnos de este curso fantasma, trabajamos es un curso que debería llamarse Selectividad Aplicada. Desde el 16 de septiembre nos están bombardeando por todos lados con la temida prueba de Selectividad; temida, según muchos que ya la han superado, de forma injusta. Pero no es de extrañar ese temor, si durante todo el curso las alusiones a ella se van sucediendo en un goteo interminable que termina por volverte loco, al igual que aquel horrible método de tortura medieval. Desde septiembre hasta junio vivimos por y para Selectividad. Nuestro objetivo no es estudiar una carrera y labrarnos un futuro; no es encontrar un trabajo estable y bien remunerado; no es formar una familia y ser felices; no, para nada... nuestro objetivo es superar esa maldita prueba, al precio que sea, aunque sea dejándote los sesos por el camino.
¿Por qué? (como diría Mourinho) ¿Por qué no puedo disfrutar de este curso? ¿Por qué tengo que andar agobiado desde principios de curso pensando en lo que pasará en junio? Por favor... para hacer esto, mejor que pasemos de 1º Bachillerato directamente a la Universidad, y así se ahorran este curso que lo único que hace es amargar. No me malinterpreten, por favor... les aseguro que no estoy teniendo problemas para sacar este curso adelante, pero comprendo a mis compañeros que los estén pasando algo peor.
Y ya, para colmo de los colmos, en mi instituto adelantan las evaluaciones nada más y nada menos que ¡20 días!. Vamos a ver... que yo me aclare. Según se dice, esto ha sido por nuestro bien... pero si en tres meses ya saldríamos agobiados por los exámenes, si nos quitan de un plumazo 20 días pasan las siguientes cosas:
- Los profesores se ven obligados a avanzar más rápido para dar el mismo temario que deberían de dar en tres meses, con la consiguiente dificultad añadida al aprendizaje de los alumnos.
- La misma cantidad de exámenes que habría en tres meses tiene que haberla en dos meses largos, con la consiguiente acumulación de pruebas en pocos días y el hecho de que no se pueda estudiar para todas todo lo que se debería. Quizás deba recordar a alguien que no somos máquinas.
- Los profesores, por falta de tiempo,se ven obligados a poner menos exámenes. No me estoy contradiciendo con la afirmación anterior: hay más exámenes en total en menos tiempo, pero menos pruebas de cada asignatura, con lo que se puede decir que los alumnos nos jugamos todo a una sola carta, en muchos casos. Es cierto que nuestra obligación es estudiar, pero si nos encontramos en la tesitura de que tenemos que decidir estudiar más para un examen que para otro (por el criterio de utilidad de esa asignatura en el futuro), pues, en el caso de que hubiera más de un examen de esa materia, tendríamos otra oportunidad para enmendar nuestro error. Así no.
De esta forma, lo único que se está consiguiendo es que los jóvenes aborrezcamos cada vez más el estudio (lo que se suma a que no se le tiene mucho amor ya de por sí). No hay motivación ni expectativas atrayentes. Así no se puede estudiar. Así no se puede disfrutar de la vida. Así, todo el trabajo se queda en un mero conocimiento teórico, pues estudiamos para aprobar y no para aprender, que es realmente el verdadero objetivo de la educación.
Interesante reflexión, sobre todo porque está hecha desde "el otro lado". Julio, ya sé que no es un consuelo, pero en mi época, pasaba lo mismo, de hecho el nombre era Curso de Orientación Universitaria, que definía aun más las intenciones. Yo no creo que la enseñanza deba ser entretenida, pienso que asistir a clase, aprender y estudiar suponen un esfuerzo del cuerpo y del intelecto, que tienen su recompensa en la soledad de la reflexión individual y el futuro laboral, a corto y largo plazo, respectivamente; otra cosa es que el profesor se esfuerce por hacer algo más ameno aquello que en su esencia no lo es, pero esto, si sucede, no es más que una dosificación de pequeñas píldoras que endulzan el agrio medicamento (por no citar los problemas de disciplina con las que se encuentra el profesorado en la actualidad, que dificultan enormemente su actividad). "Disfrutar de la vida", como afirmas, es otra cosa: estar con la familia, con los amigos, leer un libro, ver una película..., pero nunca debería ser una clase. Saludos.
ResponderEliminarYo discrepo contigo, Ángel, pues aunque es cierto que, en esencia, el estudio no es ameno ni divertido, sí creo que tiene que serlo. Siempre he oído que si la lección es divertida, nunca se olvida. No estoy diciendo que tenga que ser una fiesta, pero por lo menos que el ir a clase no suponga un suplicio.
ResponderEliminarPienso que el disfrutar del estudio debe de entrar dentro del disfrute de la vida, puesto que ocupa alrededor de 20 años de la misma, y el no disfrutar del estudio hace que no se disfrute de ese período de la vida. Al menos yo lo veo así.