sábado, 21 de enero de 2012

Fabula Regis: Escena 5

(Se abre el telón y se ve a Pepe solo en el salón, andando en silencio de un lado para otro. El cuerpo de Trevor ya ha sido trasladado al comedor) 

PEPE: Vaya tela. Esto no hay quien lo entienda. Mi suegro, muerto; y si eso no fuera suficiente, ahora llega la policía esa y dice que ha sido un asesinato. Todo esto va a impedir que me pueda casar con Julie.

(Entra Adele)

ADELE: Hola, Pepe.
PEPE: Hola, Adele. ¿Qué haces aquí?
ADELE: Mi madre y mis hermanos están en el comedor junto a mi padre.
PEPE: ¿No deberías estar tú también allí?
ADELE: ¿Para qué? Por mucho que le llore, no va a resucitar.
PEPE: No se trata de eso, Adele. Se trata de acompañar a tu madre, que lo está pasando muy mal.
ADELE: (Ríe irónicamente) ¿Mi madre? Cómo se nota que no la conoces, querido.
PEPE: Vale, Adele; como tú digas. Ahora, si no te importa, déjame solo.
ADELE: ¿Tan mala me ves, Pepe? ¿Tan mala te parezco que quieres que me aparte de ti?
PEPE: No, Adele. Sólo quiero estar con Julie; la necesito, y ella me necesita a mí.
ADELE: Los sueños son bonitos, Pepe, pero no se puede vivir de ellos.
PEPE: Adele, que tengas buenos días.
ADELE: ¿Dónde vas?
PEPE: (Saliendo de escena) A buscar a la inspectora Adler.
ADELE: ¡Soy una idiota! Sólo yo podría enamorarme de un imbécil como él. ¡Sí, lo amo con todas mis fuerzas! Y me pesa... porque él no me quiere.

(Sale Adele. A continuación entran Charles y Julie. El inglés sigue sin chaqueta y va con las manos en los bolsillos. Julie va con los brazos cruzados)

CHARLES: Aún no me hago a la idea de que padre esté muerto.
JULIE: Ni yo. Todavía me parece que en cualquier momento lo voy a ver aparecer por algún sitio.
CHARLES: Y madre... está destrozada. Aunque ha tenido que morirse padre para que yo la viera darle alguna muestra de cariño.
JULIE: ¿Por qué nos está pasando esto a nosotros, hermano?
CHARLES: Quizás nos lo merecemos.
JULIE: ¿Por qué?
CHARLES: Julie, Trevor nunca fue una buena persona, aunque fuera nuestro padre. Era una persona cruel y ambiciosa.
JULIE: No reconozco a padre en tus palabras.
CHARLES: Eso es porque nunca estuviste con él en la fábrica. Nunca viste cómo trataba a los obreros. Y hay muchas más cosas que aún no sabes...
JULIE: Y que prefiero no saberlas, Charles. Cuando alguien se muere, todo lo malo que haya hecho ha de quedar en el olvido.
CHARLES: No, hermana. Hay una mala costumbre de hablar bien de una persona cuando se muere. En la mayoría de los casos está justificado... pero no en el de Trevor.
JULIE: ¿Por qué lo llamas así? Es nuestro padre.
CHARLES: ¡ERA nuestro padre! Qué estoy diciendo... ¡Era TU padre! Yo dejé de tener padre desde aquella noche en la que me desheredó.
JULIE: Espero que no me odies por eso, Charles. Tú sabes muy bien que a mí me da igual ser o no la primogénita.
CHARLES: No tienes por qué preocuparte, Julie. Jamás te odiaría, y menos por un hecho del que no tienes culpa.
JULIE: Tienes mucha suerte, ¿Sabes? Tú, al fin y al cabo, podrás casarte con Yareni. Podrás casarte con la mujer que amas, pero yo... estoy destinada a casarme con ese completo desconocido.
CHARLES: ¿Sabes por qué voy a poder unirme a Yareni? Porque supe plantarle cara a nuestros padres, y tú podrías hacer lo mismo. No tienes por qué casarte con Pepe si no quieres, hermana. Es tu vida, y solo tú debes tomar las decisiones.
JULIE: Tu estancia en el Yucatán te ha dado unas ideas demasiado liberales. Sabes que madre no lo va a permitir. Soy una mujer; una mujer Bellingham, y tengo que obedecer lo que me digan.
CHARLES: Julie, si no te rebelas, estarás condenada a estar con Pepe el resto de tus días.
JULIE: No me digas eso, hermano. No seas tan cruel conmigo.
CHARLES: No soy cruel, Julie. Soy realista.
JULIE: ¿Sabes una cosa, Charles? Que en el fondo me da igual que padre haya muerto. Yo lo único que quiero es poder casarme con quien yo quiera.
CHARLES: Y podrás casate con quien quieras, hermana. Pero sólo si decides hacerme caso y rebelarte contra madre y esas antiguas y estúpidas reglas aritócratas.
JULIE: Te prometo que me lo pensaré, Charles. ¿Me acompañas a ver a padre por última vez? No creo que vuelva a entrar más en ese comedor.
CHARLES: Claro.

(Julie se agarra del brazo de Charles y salen. A continuación, aparecen Rogelia y Margaret cogidas del brazo. Detrás de las señoras, aparecen las sirvientas: Bernarda y Eusebia, que cuchichean todo el rato) 

ROGELIA: ¿Estás ya más tranquila, "Margarete"?
MARGARET: Sí, Rogelia. Gracias.
ROGELIA: De nada, mujé. Para eso estamos las consuegras.
MAGARET: Yo lo único que quiero es que este calvario pase pronto. Quiero volver a Inglaterra y...
ROGELIA: Cuéntame, hija, que no te da vergüenza.
MARGARET: Mira, Rogelia... yo nunca quise a mi marido. Mis padres me obligaron a casarme con él por conveniencia. Mi familia por aquella época no estaba pasando por el mejor momento económico, y la familia de Trevor era una de las más ricas de Londres. Mi padre vio la salvación en la familia Bellingham. Pero qué te voy a contar a ti, querida, que ya no sepas.
ROGELIA: Bueno, en mi caso fue algo distinto. Yo amaba a mi Eufrasio. Lo quería con toda mi alma, con todo mi corazón... pero también dio la casualidad de que nuestros padres habían apalabrado el matrimonio desde nuestro nacimiento.
MARGARET: ¿Por qué hablas de él como si ya no estuviese?
ROGELIA: Eh... bueno, yo es que no soy muy buena con los verbos...
MARGARET: Se nota que lo quieres mucho, Rogelia.
ROGELIA: Sí... y lo hecho mucho de menos.
MARGARET: Bueno, no te preocupes. Dentro de unos días, cuando vuelva de su viaje, lo tendrás aquí de nuevo, ¿No?
ROGELIA: Sí, claro... (Rogelia se entristece) 

(De pronto, aparece una chica en escena. Va vestida con una ropa que la delata como una empleada de la mansión de los Bellingham) 

MARGARET: No me lo puedo creer...
ROGELIA: ¿Qué pasa?
MARGARET: Esa furcia era la amante de mi marido ¡Cómo tiene la cara dura de presentarse aquí!
ROGELIA: Tranquilízate, "Margarete", por la gloria de mi madre. Yo hablaré con ella.

(Rogelia se acerca a la chica, que permanece a un lado del escenario) 

ROGELIA: Disculpe, señorita... ¿Quién es usted?
ALIS: Mi nombre es Alis Hawkins, y soy la secretaria del Señor Bellingham. En cuanto me he enterado de su muerte, he venido lo más rápido que me ha sido posible. ¿Y usted... es...?
ROGELIA: Soy Rogelia Mendoza, la señora de la casa. Supongo que querrá ver el cuerpo.
ALIS: No. Quiero ver a la Señora Bellingham.
ROGELIA: Venga conmigo.

(Rogelia se vuelve a dirigir hacia donde está Margaret, seguida de Alis) 

ROGELIA: "Margarete", esta señorita quiere... (Margaret la interrumpe) 
MARGARET: Sé lo que quiere. (Dirigiéndose a Alis) ¿Cómo te atreves a venir aquí?
ALIS: Soy la secretaria del Señor Bellingham. No sé por qué se extraña de mi presencia.
MARGARET: Claro que lo sabes...
ALIS: Señora, ya le explicamos mil veces el señor y yo que entre los dos no había nada más que una relación profesional.
MARGARET: Si todavía te queda un poco de dignidad, vete de esta casa.
ALIS: No me iré de aquí sin verlo por última vez.
ROGELIA: Bueno, bueno... señorita...
ALIS: Hawkins.
ROGELIA: Eso, "Jukis". Lo mejor será que se instale en alguna de las habitaciones para invitados que están en el piso de arriba, a la derecha. Luego, cuando comamos, podrán hablar más tranquilas.
MARGARET: Yo no tengo nada que hablar con ésta.
ROGELIA: ¡Ya vale, "Margarete", por Dió! ¡Que está tu marío muerto en el comedor! ¡Tengamos la fiesta en paz!

(Rogelia hace un ademán con la mano a Alis, indicándole el camino de salida del escenario. Alis se va, y Margaret hace lo propio por el lado donde están las sirvientas, que siguen cuchicheando) 

ROGELIA: (Dirigiéndose a las sirvientas) ¡Vaya par de marujas! ¿No tenéis nada que hacer?
BERNARDA: No, señora.
EUSEBIA: ¿Qué ha dicho la señora, chiquilla?
BERNARDA: Que como no te calles, de la guantá que te va a pegá se te va a quitá la sordera.
EUSEBIA: ¡Oy, qué malaje la joía porculo!
BERNARDA: ¡Cállate, alma de Dió, que se va a enterá!
ROGELIA: ¿De qué me tengo que enterar?
BERNARDA: De nada, señora. (Da una pequeña colleja a Eusebia, que se lleva la mano a la cabeza, doliéndose) 

(Se para el tiempo, y Rogelia comienza a hablar) 

ROGELIA: ¡Ay, Dios mío! Verás tú... que al final no se va a celebrar la boda por culpa del inglés. Con tó lo que estoy sufriendo pa que nadie se entere de que... de que mi Eufrasio... está muerto. ¡Ay! Cada vez que me acuerdo cómo se cayó de las escaleras... ¡Qué pena, Dios mío! Y todavía no sé cómo se lo voy a decir a mi Carmen y a mi Pepe. Sólo espero que la boda se haga, y que por lo menos no nos veamos en la miseria.

(Rogelia sale, y se reanuda el tiempo. Entonces, las sirvientas se sitúan en medio del escenario) 

BERNARDA: Lo que faltaba: otra inglesa más. Éramos pocos, y parió la abuela.
EUSEBIA: Verdá, hija. Mi abuela era la que mejores cocos vendía de toa Sevilla.
BERNARDA: Me encantaría saber por dónde me escuchas, miarma. Si por las orejas, o por el...
EUSEBIA: (Interrupiendo a Bernarda) ¿Que mi abuela era fea? ¡Más fea eres tú, sinvergonzona!
BERNARDA: ¡Anda ya! ¡Cállate la boca, que me pones más negra que el rey Baltasar!

(Entra de nuevo en escena Alis, que se dirige hacia donde están las sirvientas) 

ALIS: Disculpen, ¿Me podrían indicar dónde está el comedor? Es que no lo encuentro.
EUSEBIA: ¿El recogedor? ¿Y tú pa qué quieres un recogedor, chiquilla? ¿Tú vas a limpiar la casa ni ná?
ALIS: ¿Disculpe?
BERNARDA: No le haga caso, señorita, es que está un poco sorda. Mire, el comedor está por este pasillo, al final del todo. (Señala hacia el lado del escenario por donde salió Margaret) 
EUSEBIA: Pero chiquilla, cómo vas a dejar que esta muchacha coja el recogedor y se ponga a barrer. Como se entere la señora, veremos a vé.
ALIS: (Con altivez) Tranquilícese... no pienso coger el recogedor ése que dice. Mi estatus social es muy alto como para ponerme a recoger la mierda del suelo. Ese trabajo es sólo para... chusma.
BERNARDA: (Se arremanga el delantal, cabreada) ¿Cómo dice? ¿Chusma? No me toque el alma, no me toque el alma... que bastante tengo ya con andar recibiendo a gente como usted.
ALIS: ¿Cómo? Desde luego... no se equivocaba el señor cuando decía que los andaluces érais un poco... trogloditas.
BERNARDA: (Con ironía) ¡Uy, mira ella qué fisna! Po a mí no me hace falta sé fisna, ¿Te enteras?
EUSEBIA: Bernarda... ¿Tú? ¿Soltera y entera? Sí, claro... po tienes tú poco activo el volcán...
BERNARDA: ¡Díos mío! ¡Azótame, hazme cargar con una cruz o crucifícame! ¡Cualquier cosa menos aguantá a la cucaracha ésta!

(Manoli entra en escena como siempre, pegando saltos, y se sitúa en el centro, junto a las demás) 

BERNARDA: ¡Ya estamos tós!
MANOLI: Yo zé que en verdad me quierez, Bernardita...
BERNARDA: ¡Que no me llames Bernardita!
MANOLI: Vale, Bernardita.

(Se oye un golpe, procedente del comedor) 

BERNARDA: Anda, Eusebia... vamos a vé qué ha pasao.

(Todas salen. Se cierra el telón)  

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